Puebla de Zaragoza

Salimos de Cuernavaca cerca de las 7:00 am rumbo a Puebla. El trayecto fue muy tranquilo, tal vez demasiado, porque después de pasar las curvas de Tepoztlán, desde Cuautla todo es prácticamente derecho. Personalmente, tenía muchísimas ganas de ir a Puebla, ya que mis abuelos nacieron y se casaron ahí, así que sentía que una parte de mi historia había comenzado en ese lugar.

Por cuestiones personales, primero pasamos a Atlixco, de donde eran mis abuelos. No estuvimos mucho tiempo, pero el área que visitamos era como un pequeño pueblo que antes funcionaba como una fábrica. Se veía muy tranquilo y lindo, perfecto para caminar. Después nos dirigimos a Atlixco como tal, donde ya se siente un ambiente más de ciudad, aunque no recorrimos mucho; apenas vimos la plaza principal donde hay un Liverpool, porque nuestro destino final era Puebla.


Al llegar a Puebla me llevé una gran sorpresa: es una ciudad enorme y hermosa. Me recordó mucho a Querétaro, porque combina perfectamente lo moderno con lo histórico, creando una vibra increíble.

Nos quedamos en un hotel muy cerca del Zócalo, así que me lancé a explorar. Muy cerquita estaba la Catedral de Puebla, así que entramos. Es verdaderamente impresionante: llena de adornos en oro y con un órgano monumental. Según cuenta la leyenda, esa catedral estaba destinada para ser construida en la capital del país, pero por algún error misterioso terminó en Puebla... ¡y qué bueno, porque es una joya!

Después fuimos al Antiguo Pasaje del Ayuntamiento, que está a unos pasos de la catedral, cruzando el Zócalo. Mi tía me contaba que hace años ese pasaje estaba lleno de locales de artesanías y dulces típicos, aunque ahora solo quedaban unas tres tiendas tradicionales; el resto eran zapaterías, hoteles, restaurantes y bancos. Aun así, el pasaje conserva su arquitectura con hermosos vitrales que lo hacen muy especial.





Comimos en un restaurante que forma parte del hotel Royalty. Me pedí una bebida de frutos rojos y unas enmoladas (enchiladas de mole poblano), ¡y qué delicia! No voy a mentir: fue el mejor mole que he probado en mi vida, y además no me cayó pesado como suele pasar con otros.

Al día siguiente, desayunamos en el hotel. Me sorprendió lo bien presentada y rica que estaba la comida. Pedí unos molletes con chorizo que, honestamente, no creí terminar… pero claro que lo logré.



Después nos dirigimos al Zócalo para tomar un autobús turístico que recorre la ciudad. El tour cuesta $100 pesos por persona y vale muchísimo la pena: te lleva por barrios famosos, el tianguis, el Fuerte de Loreto y otros lugares turísticos cercanos. Además, te cuentan datos históricos muy interesantes. En el Fuerte de Loreto te dan unos minutos para recorrerlo (aunque el acceso al interior cuesta alrededor de $70 por persona). A la entrada, varios artesanos venden recuerdos, así que si eres fan de las artesanías, aquí seguro encuentras algo bonito.

Al terminar el tour, de regreso en el Zócalo, nos fuimos caminando al Tianguis de Artesanías, donde terminé comprando una hermosa taza de talavera, lo más representativo de Puebla.

 

Más tarde visitamos la Iglesia de San Francisco, y ahí cerca hay varios restaurancitos donde probamos comida típica poblana, como cemitas y chalupas. Todo estaba delicioso, aunque para mí un poco picante (pero admito que no como nada de chile 😅).

En nuestro último desayuno en Puebla, de nuevo en el restaurante del hotel, esta vez me animé a pedir unas quesadillas de champiñón acompañadas de un vaso de leche de almendra. Todo delicioso, como siempre.

Al terminar, emprendimos camino hacia Val'Quirico... pero esa será historia para otra entrada del blog, ¡así que espérala!

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